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Para nuestro querido Pepe

Actualizado: 10 jun

9 de junio de 2024


José Ildefonso Herrera Rojo, Pepe para todos,  ha sido un voluntario entregado, muy entregado, en nuestra asociación. Personalmente yo le conocí no hace mucho tiempo, aproximadamente un poco antes de la pandemia, pero era uno de esos seres que nos hacen sentir empatía, confianza y afinidad por lo que les elegimos para construir lazos.


Nacido en Toledo en 1945, ingeniero de formación, trabajó siempre en el ámbito empresarial, al principio en Iberinsa, perteneciente a Entrecanales y Távora, una empresa española de la construcción, especializada en la realización de infraestructuras y obras públicas. Fundada en 1931, llegó a ser una de las principales empresas españolas del sector. En 1997 se fusionó con otra empresa para dar lugar al grupo Acciona., donde siguió  trabajando hasta su jubilación, y entonces decidió que se venía a Alucinos de voluntario.


Al principio en Alucinos, comenzó a dar clases de matemáticas y física, normalmente las cocos para los alumnos, a los chavales del programa de Apoyo Escolar.




Posteriormente fue uno de los creadores, junto con Iñigo y Juan (este último también voluntario) de la empresa social de logística Alucisanfer, trabajando en este proyecto casi hasta el final de su enfermedad, porque una de las cosas que hacía con mayor gusto era venir a Alucinos.


También trabajó en la creación y gestión de la otra empresa de social el restaurante Maris Stella.


Desgraciadamente, mi horario en Alucinos no me permitía coincidir con él, pero las veces que concidiamos siempre te  transmitía su jovialidad, compañerismo y ayuda.


Te agradacemos de todo corazón, tu ayuda, tiempo y trabajo que has desarrollado en Alucinos, pero sobre todo, por encima de todo, tu categoría y calidad humana que has tenido con todos nosotros.




Y para terminar, quiero dedicarle un poema del poeta Antonio Machado perteneciente al poema  Soledades y se titula


En el entierro de un amigo


Tierra le dieron una tarde horrible

del mes de julio, bajo el sol de fuego.


A un paso de la abierta sepultura

había rosas de podridos pétalos,

entre geranios de áspera fragancia

y roja flor. El cielo

puro y azul. Corría

un aire fuerte y seco.


De los gruesos cordeles suspendido,

pesadamente, descender hicieron

el ataúd al fondo de la fosa

los dos sepultureros...


 Y al reposar sonó con recio golpe,

solemne, en el silencio.


Un golpe de ataúd en tierra es algo

perfectamente serio.


Sobre la negra caja se rompían

los pesados terrones polvorientos...


 El aire se llevaba

de la honda fosa el blanquecino aliento.


 —Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,

larga paz a tus huesos...


Definitivamente,

duerme un sueño tranquilo y verdadero.

    

 

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