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Relatos de verano. El regreso a casa

  • Foto del escritor: Alucinos
    Alucinos
  • 19 jul
  • 3 Min. de lectura

19 de julio de 2025


Esta es una historia triste, que se puede situar en cualquier época y en cualquier pueblo de nuestro país,  de cualquier país de Europa, y en general del mundo entero. De hecho, dado que las guerras y la envidia son males intrínsecos al género humano, y por consiguiente siempre las ha habido, las hay y las habrá, y dado que, en todas guerras hay vencedores y vencidos, esta historia que, ya ha ocurrido, ocurre y ocurrirá, de igual forma se repetirá hasta el final del hombre


En el autobús se montaron don hombres, sin pronunciar palabra, cargaron los dos grandes cajas en la parte destinada a los equipajes de los pasajeros y después se sentaron en sus respectivos asientos. El autobús no iba muy lleno, y era el que hacia la ruta por donde discurría el rio de la zona. Los dos hombres, iban en silencio, un silencio pesado, que aumentaba cuando miraban el paisaje con una mezcla de tristeza, desprecio y tal vez algún atisbo de furia.

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En poco tiempo, el autobús paró en una de las paradas y, los dos hombres, se levantaron, cogieron sus dos grandes bultos, y sin mirar atrás preguntaron donde poder llamar a un medio de transporte para llevar el equipaje. Les dieron el contacto y enseguida se presentó un carro tirado por mulos en la estación para recoger a los viajeros.


En cuanto el del carro miró a los clientes, en su cara apareció una mezcla de sorpresa, incredulidad y miedo. Los viajeros le dieron la dirección y sin mediar palabra el carro se puso en marcha desapareciendo en el polvo del camino.


El pueblo era pequeño, sus gentes vivían de la agricultura y de algunos animales que tenían para su consumo a escala de supervivencia. Los signos de la guerra eran evidentes, con muchas casas medio derruidas, los campos en barbecho, pero, aun así, se apreciaba por parte de todos los vecinos, una energía para salir del desastre sufrido recientemente y, así en las tiendas que quedaban, mostraban signos de movimiento y un deseo infinito de prosperidad.

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El dueño del bar y de la única pensión que había en el pueblo, vivía en una casa bastante grande y de él, de una forma o de otra dependían, casi todos los más afortunados del pueblo. Pero esa mañana, el cuarto que tenía a modo de despacho, se llenó de sus afines que por cierto todos se mostraban atemorizados, vamos que tenían un acojono que no les llegaba la camisa al cuerpo.


Marcos, te digo que han venido aquí, que Lorenzo los ha traído en su carro al pueblo con dos bultos muy grandes.


¿Pero estás tonto? Ya sabes lo que pasó con ellos. No son ellos, seguro que no.


Marcos puedes decir loque quieras, pero están vivos y han venido a su pueblo. Te advierto que yo en esa ocasión te ayude, pero ahora no pienso tener ese peso en mi conciencia. Así que ya lo sabes.


Eladio, que así se llamaba el que le había hablado tan claro al cacique Marcos, salió de la estancia dando un gran portazo.


Los demás quedaron en silencio, aunque cada uno estaba pensando como salir de aquel acontecimiento, que todavía tenían sobre sus espaldas.


Podéis hacer lo que queráis, pero tanto vosotros como yo, cumplimos con nuestra obligación de denunciarlos como nos habían dicho y eso fue lo que hicimos, respondió Marcos

Claro, solo fue por cumplir las leyes. Por eso en cuanto se los llevaron tardaste en ocupar su casa, su tienda y sus tierras. No nos cuentes cuentos que ya somo mayorcitos.


El resto decidió que lo mejor sería disculparse, y restaurar en lo posible el daño causado a los dos viajeros.


Se fueron a buscarlos, y como el pueblo era pequeño, dieron con ellos en el sitio más insospechado. Estaban los dos en el cementerio, abriendo dos zanjas para enterrar el contenido de los bultos que habían traído, con el fin de que descansasen en la zona donde habían nacido, ellos, sus padres, los padres de sus padres y los padres de sus padres.


El grupo quedo atónito, cuando vieron que, al terminar la ceremonia presidida y hecha por ellos, estos sin mirarlos y sin mirar atrás, retomaron el camino de la estación donde esta vez se irían definitivamente y para siempre.

 

 

 
 
 

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